martes, 9 de abril de 2013

Javier Villafañe no ha existido nunca

Centenario de Javier Villafañe (1909-2009)

Por Leopoldo Castilla, publicado el 2009-01-06, en: http://www.el-descubrimiento.com.ar/lanota.php?id=119&id_sec=1&id_sub_sec=1



Una vez reuní una serie de pruebas que demostraban que Javier Villafañe, no había existido nunca, dado que todos los prodigios que producía ese señor de barba blanca y ojos submarinos no tenían el mínimo asidero en la vida real, menos en el código de las buenas costumbres, además de no registrar antecedentes en la historia que, como todo el mundo sabe, se repite y no se anda con imaginerías que pongan en duda su buen nombre y honor.

Javier Villafañe en realidad fue el invento de un señor que se llama Maese Trotamundos, el del sombrero alón y la corbata voladora. Un actor de fuste que ascendió al papel maché y a la gloria del teatrino donde cosechó aplausos y una amante que rima con amante: Genoveva de Brabante.

Fue él el que inventó La Andariega, una carreta para que la mula Mariposa, llevara a un titiritero con las bridas y a otro fumando, mirando el cielo, que es donde continúan todos los caminos. Fue él, el que cargando en su maleta, a Javier, ese señor que solía usar tres sombreros en su cabeza disparatada, lo sacaba en las funciones para que cuente las monedas de la gorra, una para el pan, otra para el amigo, otra para el vino, y el que lo ponía a escribir versos emocionados de tanta alegría. Después, el tal Villafañe, adquirió una alevosa maestría que hasta se dio el lujo de ser un gran poeta, ese Jacques Prevert de la poesía latinoa­mericana y no sólo eso, sino que además, como contaba Salvador Garmendia, les enseño a escribir cuentos a los venezolanos, con una prosa breve, feroz y risueña.

Quiero hacer hincapié que Don Maese Trotamundos pernoctó varios años en Los Andes de Venezuela, donde se asiló perseguido por la Junta Militar Argentina, que como todo el mundo sabe eran títeres, sin saberlo, sólo que a diferencia de éstos eran crueles y mediocres. Allí, al parecer el susodicho Villafañe, para seguir aparentando ciertos rasgos humanos, se dedicó a escribir libros, a juntar cuentos y relatos de cuanto veloriado había y hasta creó una Cátedra de Títeres en la Universidad. Todo a espaldas de Maese Trotamundos que, ajeno a estas maniobras, salía a ganarse el pan, actuando de pueblo en pueblo, como lo venía haciendo por toda América Latina.

No contento con ello el mencionado Javier se las ingenió para entrar a España de contrabando junto a un tal Juancito, una tal María y el Diablo, miren ustedes, el Diablo, las compañías en las que andaba. Allí llevó a otros personajes que sería de buen gusto no recordar por aquello de “dime con quién andas y te diré quién eres”, como Dávalos novelista, Paulino Durán, titiritero, Eduardo Gomandés, fotógrafo y bajo el poncho a toda la poesía de Venezuela.

Anduvo por Castilla-La Mancha, cobrando los emolumentos que conseguía Maese Trotanundos -ya al borde de una palidez mortal, de hambre seria - y, por supuesto, dilapidándolos sin que pudiera ser capturado por policía alguna, ya que carecía de impresiones digitales -siendo bastante impresionista- como le ocurre a todos lo titiriteros que ceden sus manos a las manos de los muñecos.

En uno de sus viajes a Venezuela vino del brazo de una bella mujer llamada Luz Marina. Es fácil ver la argucia literaria detrás de este nombre. Una muchacha tan encantadora que sólo podía ser una metáfora y que lo acompañó por todos los caminos haciéndolo atravesar aduanas con pasaporte verdadero, pero con la persona falsa. Porque persona de este mundo no era, de eso estoy seguro.

Maestro en ardides como Pedro de Urdemales, como Juan El Zorro, en cuya compa­ñía supo trasegar vinos y países, se afilió al Partido Comunista -en realidad no sé si se afilió- pues como es lógico en quien es imaginario, se unió a la utopía. Tal era su don de hechicería que hasta viví con él -consiguió hacerme titiritero y trastocar mis impolutos hábitos. Sí, repito, viví con él, totalmente convencido de que existía. Por creerle perdí una escombrosa mansión que alquilaba en el muy distinguido barrio de Lavapiés, a causa de que sobraba un cuarto. "Es el cuarto del viudo, Teuquito, hay que buscar un viudo". Hallamos un divorciado, Tito Gómez (todo di­vorciado es un viudo provisorio) quien a su vez halló a una dama que alucinada se desnudó en el balcón y a los gritos amenazaba con suicidarse. Resultado: yo en la calle, denostado por los vecinos, porque además de ese escándalo, el susodicho Javier el día antes, había salido en procesión con la barba pintada de rojo y un copón en la mano, y en esa procesión, precedido por mí -perdón Santa Madre Iglesia, perdón- que disfrazado de Papa repartía bendiciones a los atónitos madrileños.

Desde entonces tengo estos desvaríos que no se me pasan. Y es más: alucinado como Don Quijote que al verlo en La Mancha abandonó España, porque como decía, ya el irreparable Ingenioso Hidalgo: "Coño, me libro de ver gigantes donde había Molinos y ahora veo Javieres Villafañes”. Y se internó en un, neurosiquiátrico.


Alucinado, decía, yo, es que esto les cuento, que creyendo en el embeleco de su existencia hace años que intento hacerle una elegía. Y no hay cómo, porque viéneseme para al lado y el muy invisible me dice: “No sea burro, no se ponga solemne”.

Da dos pasos y antes de desaparecer agrega, el maldito: “No le va a salir, no le va a salir”.

De allí que atado a un hilo de conciencia que me resta, respetable público, damas y caballeros, reafirmo mi teoría: Javier Villafañe, no ha existido nunca. La prueba es que ese señor, esa criatura estrafalaria y prodigiosa, no puede morir, nunca va a poder morir.



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  Discurso leído en la presentación del libro Javier Villafañe para la Escuela. Poemas, relatos y teatro (Editorial Atuel, 2004).