sábado, 6 de abril de 2013

Circulen, caballeros, circulen

 

por Javier Villafañe
La Pared
En una ciudad, en la costa del Pacífico, hay una pared que está por caerse. Son los restos de una muralla que hace siglos —piedra sobre piedra— levantaron los indios.
—Cuidado —decían los habitantes de la ciudad cuando algún turista iba a pasar al lado de la pared—, cruce la calle. Esa pared puede caerse.
Era un peligro esa pared. Podía caerse de un momento a otro.
Sobre la pared dormían la siesta los gatos en invierno.
Había lagartijas al pie de la pared.
Había una enredadera.
Había hormigas que subían y bajaban por la pared.
Había ratas debajo de la pared.
En un hueco de la pared había un nido de pájaros. Había arañas.
Un día hubo un terremoto. Todo se derrumbó en la ciudad: la iglesia, el hotel, la cárcel, los árboles. Sólo quedó la pared de pie, inclinada, a punto de caerse.

La Selva
Sembró demás en el fondo de la casa.
Una tarde, después de haber regado, no pudo salir. Gritó: ¡Auxilio! ¡Socorro!
Nadie podía oír. Estaba en la selva. Una víbora —la manguera— lo había enroscado hasta ahogarlo. El gato daba vueltas a su alrededor. Caminaba con el andar felpudo de los pumas.


Textos extraídos, del libro Circulen, caballeros, circulen. Buenos Aires, Ediciones del Cronopio Azul, 1995, Colección Libros de Fondo Blanco.

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